En los días previos a la muerte de mi hijo de tres años, Daniel, Dios me aseguró profundamente que cuidaría con bondad a mi familia y a mí. Una noche, ya entrada la noche, me senté sola con mi hijo en la unidad de cuidados intensivos, con la Biblia en la mano. Sabiendo que solo le quedaban unos pocos días, mi corazón se llenó de dolor. Sentía una opresión en el pecho, como si el peso de la pérdida inminente me presionara con más fuerza a cada momento que pasaba. Estaba desesperada por recibir una palabra de Dios.
Sin saber a dónde recurrir, abrí mi Biblia y me encontré en Isaías 53. Mis ojos se posaron inmediatamente en estas palabras: “Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores” ( Isaías 53:4 ). Las palabras de Isaías inundaron mi angustiado corazón como una suave lluvia sobre la tierra reseca, trayendo un alivio muy necesario y una renovada sensación de la presencia reconfortante de Dios en mi angustia.
— 28 February 2017